Y aquí estamos...

Cuentos fantásticos, tal vez - más adelante - capítulos de una novela, poesías...
En fin, todo lo que pueda llevarnos a un mundo en el que la rutina no existe... y la realidad tampoco.

viernes, 7 de octubre de 2011

Llueve

Llueve.
Y no hay nada que hacer,
nada.
No se puede salir.
No se puede trabajar.
No me puedo concentrar.
Porque las gotas caen,
una tras otra,
infinitamente,
todas iguales,
y no se piden permiso, no.
Y ni les importa que uno esté mirándolas
y que desee ser parte de ellas,
en un acto desesperado
por sentirse parte de algo.

Y casi como en un acto de magia,
me fundo,
me confundo,
siento que yo
también
soy un ser transparente.
De pronto,
el piso.

Y el paraguas que cae
encima mío.
Y la idiota que me clava
sus tacos aguja.
Por cierto,
no sabe caminar con esos tacos.
Y el niño que juega con el charquito
del cual formo parte.
Nene, pará,
no es tan divertido como parece...
Y la señora que me tiró
la bolsa del supermercado.
Y el ejecutivo
que me clavó el portafolio.

Ma sí, me prendo de esa bota desgastada y listo.
Me voy con este buen señor
a conocer su casa.
Pero...
No, gato, no,
no te acerques,
no,
no me hagas eso,
no...

martes, 26 de julio de 2011

Nunca

Nunca pensé
que estaría insultándote
así.
Nunca creí
que podrías cansarme
tanto.
Después de todas estas horas
con vos,
llegué al punto
de querer asfixiarte
ahogarte
quemarte vivo
y qué sé yo cuántas cosas horribles más.
Nunca imaginé
que mi hartazgo iba a llegar a
tanto.
Pero,
como
-creo-
soy una buena persona,
opto por una solución más radical
y simple.
Simplemente te voy a aplastar
con un diario.
Mosquito de mierda.

lunes, 23 de mayo de 2011

La tarántula


Siempre tuvo una obsesión particular con las tarántulas. Desde chica. Las admiraba profundamente. Cuando iba al zoológico, se quedaba observándolas fijo, por largos minutos. Sus suaves movimientos, su aterciopelada piel la maravillaban.
Cuando cumplió doce años, sus padres le regalaron una como mascota. La llamó Mariana, igual que ella. Los progenitores intentaron resistirse pero, en fin, qué se le va a hacer, al fin y al cabo ella era la encargada de quererla y cuidarla. Y vaya si lo hacía. Tenazmente, le juntaba insectos para que Mariana los cazara. Siempre limpiaba su casa de vidrio, y miraba sus sigilosos movimientos, extasiada.
Diez años más tarde, por obsesión tal vez, se casó con “Araña”, arquero de un mediocre equipo de fútbol cuyo verdadero nombre era Fernando. Lo adoraba. Lo seguía a todos lados. Lo mimaba demasiado, al punto de cocinar exclusivamente sus platos preferidos y de comprar sólo la ropa que a él le gustaba.
Una tarde, al volver de su trabajo, no lo encontró en casa. Extrañada, intentó ubicarlo en su celular. No recibió respuesta. Llamó a los amigos de su esposo, quienes le respondieron que desconocían su paradero. Intrigada, se comunicó con la policía y se dirigió a los hospitales más cercanos. La incógnita permanecía sin resolverse.
Volvió a su casa, cansada. Cuando entró a su habitación, le pareció distinguir un delicado movimiento en el acolchado. Su corazón dio un vuelco. Se acercó.
Su mascota le devolvió la mirada, y a Mariana le pareció ver, entre sus pinzas, un hilo del pulóver preferido de Fernando.

domingo, 13 de marzo de 2011

La verdad

la verdad es que
ahora
estamos vivos
la verdad es que
algún día
vamos a morir
la verdad es que
vamos a cometer
muchos errores
y de vez en cuando
tendremos
algún acierto
la verdad es que
la vida es corta
a pesar de que nos creamos
inmortales
la verdad es que
en este momento
aquí
te amo
con toda mi alma
y me encantaría
que me dijeras
que vos también

Para vos, Ramón

martes, 1 de febrero de 2011

El gato y el ratón

Cuidaba a su gato con su vida. Lo mimaba, lo cepillaba, le mantenía limpias las piedritas, le daba de beber y de comer... tal vez demasiado. Entonces, comenzó a engordar. El gato, claro.
No hizo nada al respecto. Creía firmemente en que "cuanto más gordito, más sanito", así que no se preocupó.
Sí comenzó a sentirse más cansado, ya que tuvo que buscar otro trabajo para poder continuar comprando la mejor comida para su minino; igualmente, saber que llevaba a cabo ese sacrificio por su mascota lo hacía sentirse bien. Su espalda empezó a encorvarse por el esfuerzo y la falta de descanso, pero tampoco se molestó por ello.
El gato continuó engordando. Cuando ya no pudo estirarse más a lo ancho, comenzó a trepar a lo alto. Su incrédulo dueño no entendía semejante despliegue, aunque no modificó su actitud impertérrita.
En cambio, su corazón le dio un vuelco el día en que intentó llenar de comida la escudilla y notó que ya no alcanzaba la alacena.
Desesperado, se dio vuelta. Vio cómo el gato lo miraba, relamiéndose. Dio unos pasos hacia atrás. El animal lo acechaba, lo miraba fijamente y continuaba pasando la lengua por sus afilados colmillos.
En un momento, la espalda del perseguido tocó la pared. Siempre agazapado, listo para atacar, el gato continuó avanzando. El dueño torció el rumbo, rozando el muro de costado. Encontró una abertura y se metió en ella. "Maldición, continúa siguiéndome", masculló, mientras observaba cómo el minino penetraba en su guarida, casi sin dificultad.
De pronto, un ruido metálico. Clic. Estaba atrapado. El gato se aprestó a saltar. Escuchó un grito agudo, el suyo. Luego, la oscuridad.

jueves, 13 de enero de 2011

Una palabra

con
sólo
una
palabra
podemos
decir
muchas
cosas
amor
odio
indiferencia
calma
ira
paz
enojo
dulzura
fastidio
muerte
nueva
vida

lunes, 10 de enero de 2011

Muertos

Me levanto. Como siempre, como todos los días de mi rutinaria y paupérrima vida, me encuentro pidiendo en la calle, intentando ganar algunas monedas para comprarme mi cajita de sueños perdidos. Cansado, me siento en el cordón de la vereda.
De pronto, escucho un ruido intenso y prolongado. Un cortejo fúnebre. “Genial – pienso –, ahora voy a poder sacar algo más. Nada mejor que la gente triste.”
Me acerco a algunos que acompañan caminando a los autos lujosos. “Una limosna, señor”. Nada. “¿Una monedita, doña?” Nada. A un joven: “Pibe, me das una moneda?” Menos. Muecas de asco es todo lo que recibo.
Una mano me arranca del montón. Una gorra y un bastón me miran y me golpean.
“¡Basta!” grito, desesperado. “Él está muerto. ¡Y yo, vivo!”
Duermo en una cárcel. No hay dudas. La ciudad de la furia pertenece a los muertos.

viernes, 7 de enero de 2011

Nada extraño bajo el sol


No hay por qué asombrarse. El otro día iba caminando hacia la escuela, y me pregunté “¿Qué pasa si no voy? ¿Qué sucedería si, repentinamente, me transformo en ave y surco los cielos en busca de nuevas aventuras, como un Quijote icariano, y no vuelvo a la institución?”
Me entretenía en éstos y otros vagos pensamientos cuando “¡Zas!”, sentí que mis pies ya no tocaban el suelo. Moví los deditos, pero tampoco los percibía definidamente. Miré, entonces, hacia abajo, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que los techos de los edificios estaban muy por debajo de mí.
Mis alas desplegadas eran soberbias. Me costó acostumbrarme a utilizarlas. Sobre todo, coordinarlas era casi imposible. Lo que la izquierda intentaba no era seguido por su compañera, y viceversa.
“Esto ha ido demasiado lejos”, medité preocupada. Sin embargo, intenté disfrutar del  paisaje. No todos los días se tiene la oportunidad de sobrevolar la ciudad como si se fuera un pájaro. Y no iba a desaprovechar una mañana tan hermosa. Casi no hacía frío.
De pronto, paf. Me había llevado por delante un pararrayos. “Debo ser más cuidadosa. Estoy tan ensimismada viendo las copas de los árboles que…” Me quedé muda. No podía creer lo que estaba viendo… a mi misma altura.
No me imaginé que me encontraría a más gente como yo. Comenzaron a saludarme. Un abuelo con su nietito enfundado en un guardapolvo demasiado grande. Una señora apresurada con una bolsa gigante de hacer los mandados.
Volví a caminar, pensando que había sido sólo un sueño, y me decepcioné. No obstante, al quitar mis útiles de la mochila, unas plumas surgieron de la nada y se fueron, volando, por la ventana.