Llueve.
Y no hay nada que hacer,
nada.
No se puede salir.
No se puede trabajar.
No me puedo concentrar.
Porque las gotas caen,
una tras otra,
infinitamente,
todas iguales,
y no se piden permiso, no.
Y ni les importa que uno esté mirándolas
y que desee ser parte de ellas,
en un acto desesperado
por sentirse parte de algo.
Y casi como en un acto de magia,
me fundo,
me confundo,
siento que yo
también
soy un ser transparente.
De pronto,
el piso.
Y el paraguas que cae
encima mío.
Y la idiota que me clava
sus tacos aguja.
Por cierto,
no sabe caminar con esos tacos.
Y el niño que juega con el charquito
del cual formo parte.
Nene, pará,
no es tan divertido como parece...
Y la señora que me tiró
la bolsa del supermercado.
Y el ejecutivo
que me clavó el portafolio.
Ma sí, me prendo de esa bota desgastada y listo.
Me voy con este buen señor
a conocer su casa.
Pero...
No, gato, no,
no te acerques,
no,
no me hagas eso,
no...