Y aquí estamos...

Cuentos fantásticos, tal vez - más adelante - capítulos de una novela, poesías...
En fin, todo lo que pueda llevarnos a un mundo en el que la rutina no existe... y la realidad tampoco.

viernes, 14 de junio de 2013

El señor de barba blanca

El señor de barba blanca, ojos celestes y cejas espesas se acercó al mostrador.
-Disculpe, quería comprar una de sus bellas piedras semipreciosas.
-Buen día, señor. No están a la venta.
-¿Cómo que no?
-No, simplemente las exhibimos porque son bellas y producen placer.
-Pero yo quiero una.
-No la va a poder exhibir. Sólo la vería usted, algún amigo, su esposa... Muy egoísta, ¿no le parece?
-¿De qué me está hablando? Le doy 100 dólares por esa piedra rosada.
-Ya le dije que no, señor. Además, eso que me quiere dar no me sirve.
-¿Cómo que no? Es un billete legítimo.
-¿Qué significa eso?
-¿Legítimo?
-No, billete.
El señor de barba blanca, ojos celestes y cejas espesas comenzó a transpirar.
-¿Cómo me va a preguntar qué es un billete? ¿Está loco?
-No, señor. No usamos esos papelitos en este país hace décadas.
-No puede ser. Usted me está mintiendo.
-Jamás miento.
-Es una broma de mal gusto.
-Jamás me burlo de la gente que viene a observar mis piedras.
El señor de barba blanca, ojos celestes y cejas espesas pensó por unos minutos. Finalmente, exhibió una sonrisa triunfal.
-Ya sé. Le compro su negocio.
-Este local no es un negocio. Y no está a la venta.
-Pero le doy un cheque. Soy rico. ¿Un millón le basta? Quiero hablar con el dueño. 
-No, señor. Además, no hay dueño. Habla bien raro usted.
-¿Dos millones?
-No, señor.
-¿Cinco millones?
-No, señor.
-¿Es que me quiere fundir?
-No, señor. Este lugar no se vende. No me interesa hacerlo. No me sirven sus papelitos. A nadie le sirven aquí. No hay dueños. Todo es de todos. Lo compartimos.
El señor de barba blanca, ojos celestes y cejas espesas, ofuscado, frustrado, herido, desesperado al ver que no conseguía su propósito, se retiró sin saludar.
Ya en la calle, comenzó a exhibir sus billetes y a intentar cambiarlos por los objetos que veía. Pero nadie lo escuchaba. Los demás se espantaban de él porque no podían comprender los conceptos con los que se manejaba.
Cansado, se retiró a la habitación donde se estaba alojando. Dejó unos dólares a modo de propina, hizo las valijas y se fue.
Intentó conseguir un medio de llegar al aeropuerto, pero nadie lo llevaba. Observó que la gente caminaba, o iba en bicicleta, o usaba patines.
Agotado, llegó al aeropuerto.

-El cuarto ya está limpio, Guillermo - dijo la joven de delantal azul. - Te dejaron esto, no sé qué es.
El hombre tomó los billetes, se sonrió y los arrojó a la basura.
-Gracias, Clara. Me voy. Hasta mañana.
-Hasta mañana. Que descanses.
Divertido, Guillermo se dirigió al local donde exhibía su preciosa colección de piedras. "Cuánta gente perdida hay en este mundo", pensó.

Gracias, Ray, por tanto. Espero verte, allá en Marte.