No hay por qué asombrarse. El otro día iba caminando hacia la escuela, y me pregunté “¿Qué pasa si no voy? ¿Qué sucedería si, repentinamente, me transformo en ave y surco los cielos en busca de nuevas aventuras, como un Quijote icariano, y no vuelvo a la institución?”
Me entretenía en éstos y otros vagos pensamientos cuando “¡Zas!”, sentí que mis pies ya no tocaban el suelo. Moví los deditos, pero tampoco los percibía definidamente. Miré, entonces, hacia abajo, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que los techos de los edificios estaban muy por debajo de mí.
Mis alas desplegadas eran soberbias. Me costó acostumbrarme a utilizarlas. Sobre todo, coordinarlas era casi imposible. Lo que la izquierda intentaba no era seguido por su compañera, y viceversa.
“Esto ha ido demasiado lejos”, medité preocupada. Sin embargo, intenté disfrutar del paisaje. No todos los días se tiene la oportunidad de sobrevolar la ciudad como si se fuera un pájaro. Y no iba a desaprovechar una mañana tan hermosa. Casi no hacía frío.
De pronto, paf. Me había llevado por delante un pararrayos. “Debo ser más cuidadosa. Estoy tan ensimismada viendo las copas de los árboles que…” Me quedé muda. No podía creer lo que estaba viendo… a mi misma altura.
No me imaginé que me encontraría a más gente como yo. Comenzaron a saludarme. Un abuelo con su nietito enfundado en un guardapolvo demasiado grande. Una señora apresurada con una bolsa gigante de hacer los mandados.
Volví a caminar, pensando que había sido sólo un sueño, y me decepcioné. No obstante, al quitar mis útiles de la mochila, unas plumas surgieron de la nada y se fueron, volando, por la ventana.
Mirala vos a la que decía que no escribía :D
ResponderEliminarCelebro la apertura de este blog :)
Welcome, my dear [ojo con los pararrayos :P]
gracias, gracias (con el gesto de acomodarse el pelo de Sergio Denis, viste)
ResponderEliminarGracias Bella! Y hallamos otro parecido más...
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